Entre las muchas sorpresas que me podía deparar la pintura del mural, juro que ésta es la que menos me esperaba (sobre todo porque quienes me conocen, saben que no suelo hacer buenas migas con los animales).
Resulta que en la casa de Nehuén hay tres gatos: uno es blanco, el otro es negro y el tercero manchado. ¿Cómo se llama este último? ¡Manchita! (y sí, no vamos andar derrochando originalidad en el nombre de un gato, ¿no?).
En rigor de verdad “Manchita” es una gata. Pues bien, lo cierto es que, aunque Manchita y yo nunca tuvimos un trato muy cercano, desde el primer día en que comencé a pintar el mural, la tipa se instaló en la habitación y sin decir ni miau, me hizo compañía durante todas estas jornadas de trabajo. Cuando yo llego, entra conmigo al dormitorio, se sube al sillón que hay allí y, desde ese lugar, mira cómo trabajo. Cada tanto me reclama un mimo, es cierto, pero no más que eso. En fin, ustedes dirán “es una estupidez”, pero qué quieren que les diga, que en medio de un trabajo de pintura se me instale en la sala una gata que se llama “manchita”, a mí me parece otra de las geniales ironías del destino.
Vaya entonces con este post, mi humilde pero sentido homenaje al multicolorido felino por su atenta, paciente -y condescendiente- mirada sobre mi trabajo.
PD: Este post está especialmente dedicado a mis amigas Nora, Victoria y a sus dos "hijos".
lunes, 22 de febrero de 2010
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En fin, la felina habrá temido perder protagonismo en la casa con un forastero ahí instalado, meta manchar y manchar paredes... claro que, también, puede haber sentido una profunda identificación con lo que allí resultaba...
ResponderEliminarEn definitiva, se ve que tanto a Nehuén como a Manchita, los laberintos del arte no les son indiferentes.