Trabajar los fundidos con el acrílico, en la pared y en superficies tan grandes, es muy pero muy complicado. Casi les diría que es la mayor complicación que puede presentar este tipo de pintura. Esto se debe, básicamente, a que es una pintura que seca muy rápido y, por más que uno la diluya con agua, los colores no llegan a fundirse del todo.
Lo que hice fue preparar una base de azul con bastante negro. Empecé a pintar en la parte más alejada del celeste y, sobre la misma pared, a medida que iba llegando a la zona diurna, fui agregándole el celeste del cielo para aclarar el color de la noche. En fin, no obstante ello, creo que la transición entre el día y la noche no quedó tan mal. Imagino que luego, con las estrellas y la luna sobre el cielo, el conjunto va a quedar más atractivo.
Sin embargo, no está nada mal que se note esa especie de lucha por el espacio entre los tonos más oscuros y los más claros. Más tarde o más temprano, Nehuén tendrá que aprender que la vida, entre otras cosas es eso: una constante disputa entre la claridad del día y la oscuridad de la noche.
Estoy segura de que Nehuén ya advierte algún contraste entre lo agradable y el malestar que le ocasionan ciertas presencias o situaciones. Claro que es improbable, por ahora, que tenga conciencia de ese saber que ya posee.
ResponderEliminarEn todo caso, aprender el pasaje de la claridad a las sombras —y viceversa— a través de la pintura amorosa que estás haciendo, será bastante menos inquietante que descubrir la imperfección general del mundo creado por dios.