Varias semanas de trabajo en el mural han dejado como saldo unas cuantas manchas por acá, algunos papeles sucios por allá, y un montón de pinceles y pomos de pintura desparramados por todos lados. Motivado por este desorden generalizado, Nehuén decide pasar a la acción…

Sobre la pared de la izquierda se encuentra otra pareja de niños, en este caso una nena y un nene más chico jugando con burbujas de jabón. En realidad son unas burbujas “mágicas”, ya que al elevarse hacia el cielo, se convierten en ovejitas. Otra particularidad de estos niños es que (si se fijan bien lo van a notar) el nene que maneja el triciclo en la pared de enfrente, aquí está en una versión de menor edad, mientras que la niña que en esta pared está haciendo las burbujas, es la misma –pero más joven- que está sentada en el asiento trasero del triciclo.
Pero bueno, mejor dejemos de lado estos detalles y pasemos a describir el proceso de pintura. Como en el caso anterior, lo primero es la base rosa claro para la piel de los nenes.
Después pasé a la ropa. Naranja para la remera del nene…
…y lila para el vestido de la nena. El vaso y la boquilla los pinté en la gama del azul con claritos celestes.
Dentro del mismo color pero en un tono más oscuro, pinté el pantaloncito del nene. Para los cabellos de ambos personajes realicé el mismo procedimiento que en las figuras anteriores: marrón de base y vetas en negro y ocre.
Un detalle importante (diría ¡fundamental!): Las burbujas.
Difícil hacerlas visibles siendo que básicamente son transparentes y encima están ubicadas sobre un fondo blanco. ¿Solución? Un poco de azul claro para darles la forma y en el interior apenas un poco de color bien aguado.
Por último, unos cuantos detalles aquí y allá (la boca del nene, los elementos de las caras, sombras y luces en algunos lugares) y listo. Dos niños felices (tres, contando al destinatario del dibujo) en plena faena creativa.
La pared de la derecha tiene como motivo central una pareja de chicos andando en triciclo. La presencia de estos niños inmersos en esa acción indica que ése sector es el lugar de los juegos. Es el espacio dentro del dormitorio destinado al esparcimiento. Allí podría estar el cajón de los juguetes, la pizarra para dibujar y vaya uno a saber cuántas otras cosas divertidas. La pintura de estas figuras llevó su tiempo, básicamente porque más allá de su tamaño, está llena de detalles y muchos colores diferentes. Así que, mejor vayamos por parte.Primero una base de rosa bien claro para la piel de la cara, las manos y las piernas. Después, subimos unos tonos y pasamos al naranja para las distintas zonas de la remera del nene.
Con la base color piel ya seca, le apliqué unos detalles en un rosa más oscuro. Por ejemplo, el rubor de las mejillas o la sombra entre los dedos de las manos, el cuello y las piernas.
A continuación pasé al vestido de la nena, en este caso en un lila con detalles de sombras, y luego, ya en la gama del celeste, pinté las partes metálicas del triciclo y el pantalón del nene. Siempre dentro de la misma gama de color, pero más tirando al violeta oscuro, pinté las ruedas del triciclo.
Con rojo oscuro, tirando a bordó, pinté la parte metálica de las ruedas, el asiento, y el resto de la estructura del vehículo. También usé ese color para el canastito. El asiento de la nena y el guardabarro delantero los pinté en amarillo y con naranja, marrón y negro hice la zapatilla del nene y el pedal. ¡Ah!, me olvidaba, el pelo lo pinté con una base de marrón, y luego, encima, le hice algunas vetas en negro y otras en ocre.
El toque final fueron los ojos, las cejas, la boca y la nariz de los nenes y algunos brillitos en blanco para iluminar un poco. Ya están listos para salir a pasear…
Algunos dirán que se trata de un documental. Otros, se inclinarán por el género de ficción. Lo cierto es que el niño no para de regalarme grandiosos momentos que, como en este caso, son literalmente “de película”.
Entre las muchas sorpresas que me podía deparar la pintura del mural, juro que ésta es la que menos me esperaba (sobre todo porque quienes me conocen, saben que no suelo hacer buenas migas con los animales).
Resulta que en la casa de Nehuén hay tres gatos: uno es blanco, el otro es negro y el tercero manchado. ¿Cómo se llama este último? ¡Manchita! (y sí, no vamos andar derrochando originalidad en el nombre de un gato, ¿no?).
En rigor de verdad “Manchita” es una gata. Pues bien, lo cierto es que, aunque Manchita y yo nunca tuvimos un trato muy cercano, desde el primer día en que comencé a pintar el mural, la tipa se instaló en la habitación y sin decir ni miau, me hizo compañía durante todas estas jornadas de trabajo. Cuando yo llego, entra conmigo al dormitorio, se sube al sillón que hay allí y, desde ese lugar, mira cómo trabajo. Cada tanto me reclama un mimo, es cierto, pero no más que eso. En fin, ustedes dirán “es una estupidez”, pero qué quieren que les diga, que en medio de un trabajo de pintura se me instale en la sala una gata que se llama “manchita”, a mí me parece otra de las geniales ironías del destino.Vaya entonces con este post, mi humilde pero sentido homenaje al multicolorido felino por su atenta, paciente -y condescendiente- mirada sobre mi trabajo.
PD: Este post está especialmente dedicado a mis amigas Nora, Victoria y a sus dos "hijos".
Estamos llegando a las instancias finales del mural. Más del cincuenta por ciento del trabajo está terminado. Sin embargo, aún quedan decisiones muy importantes por tomar y para eso, qué mejor que recurrir a la única voz autorizada: Nehuén. De su elección depende la continuidad del trabajo…