jueves, 18 de marzo de 2010

El árbol, segundo intento

Tras el fracaso del plan original, volví al árbol con nuevas ideas. En realidad, el que acercó parte de la solución fue Alejandro. Sugirió que en lugar de usar pasta de yeso para la base, usara mezcla de arena y cemento. Así lo hice y esta vez logré crear una base para “despegar” el tronco del árbol de la superficie de la pared.
El segundo paso, una vez que se secó el cemento, fue aplicar sobre éste una capa de pasta de papel maché con enduido plástico. Para el papel maché utilicé mucho, pero mucho, papel higiénico triturado y previamente remojado en agua, mezclado luego con cola vinílica y un poco de polvo de tiza. A eso le agregué el enduido y con esa “pasta” fui dando forma a las protuberancias del tronco, creando así un relieve atractivo al tacto y llamativo para la vista.
Tres o cuatro días después, cuando el material estuvo bien seco y firme (¡por suerte!) inicié al trabajo de pintura. Nuevamente con el acrílico (en este caso usé los colores marrón tierra sombra, blanco, ocre y negro), fui cubriendo toda la superficie del tronco acentuando con distintos tonos más claros o más oscuros las vetas propias de la madera y resaltando así las protuberancias del material. Como se ve, el árbol demandó una ardua tarea en equipo (de la que en breve les estaré mostrando el “making off”) y un costoso aprendizaje, pero finalmente lo logramos y ahí está, firme y robusto a la espera de que le pongamos sus hojas para poder entregar la plácida sombra bajo la cual Nehuén se echará a jugar, a leer o simplemente… a soñar.
(Nota del autor): Aquí les dejo un video que resume todo el proceso de transformación del árbol. Varios días de trabajo comprimidos en menos de dos minutos.

2 comentarios:

  1. Un árbol de leyenda

    El pehuén o araucaria es un árbol muy particular que crece exclusivamente en una zona de la Cordillera de los Andes, desde la región de Copahue hasta el Lago Huechulafken (Neuquén). Los mapuches (de cuya cultura provienen los nombres Nehuén y Lautaro) que habitan la zona mencionada han sido llamados “pehuenches”, precisamente, por el árbol sagrado al que rinden culto. Los mapuches siempre veneraron la araucaria, se han guarecido bajo su sombra generosa, su tronco fue asilo para protegerse de los crudos vientos y en sus semillas y piñones han hallado su fuente principal de alimento.
    Cuenta la leyenda que el dios creador y protector de la gente, Menechén, había hecho crecer el pehuén en los grandes bosques. Al principio los indígenas no se alimentaban de sus frutos pues los consideraban venenosos. Además, ese árbol era sagrado para ellos y creían que no debía ser tocado.
    Hubo en esos tiempos un invierno muy crudo en la Patagonia. Todo se cubrió de nieve. Los animales comenzaron a morir de frío; las aves que aún podían volar emigraban a regiones más cálidas. Todos los ríos y lagos se habían congelado y no había ni un arroyo que proveyera agua fresca. La tribu estaba siendo diezmada por el hambre y las bajas temperaturas.
    Dada la terrible situación, el cacique eligió algunos jóvenes fuertes y valientes para que fueran en búsqueda de alimento para sus hermanos. Así fue como pasaron los días y los jóvenes regresaban, pero con las manos vacías, pues nada quedaba ya con vida sobre la tierra, nada para comer… Sólo había una esperanza: el último muchacho. Luego de unos días, la silueta del joven apareció en el horizonte blanco. Todos pudieron distinguir que cargaba una bolsa en su espalda: era la salvación.
    Cuando el joven mostró su tesoro, vieron que lo que traía eran piñones de pehuén. La tribu entera se escandalizó, pues los frutos de ese árbol estaban prohibidos como alimento, además eran duros y venenosos. El muchacho explicó entonces que un anciano sabio le había dicho que el pehuén podía comerse porque era un fruto enviado por el dios creador, Menechén, y por eso no podía causar daño. También le indicó cómo debían prepararse los piñones para ser comidos (hervirlos y luego tostarlos) y les develó los secretos del árbol.
    Una vez escuchado el relato del joven, se reunió el consejo de ancianos para decidir si comían o no los piñones del pehuén. El grupo de líderes interpretó que el anciano de la montaña había sido el propio Menechén y ordenaron que se cocinaran los frutos por designio divino.
    A partir de ese momento, no hubo más hambre ni escasez porque los hombres aprendieron los secretos del pehuén que se convirtió en su alimento característico.

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  2. Muy linda historia la del pehuen,ya se la contaremos a Nehuen con lujo de detalles imaginarios.

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